En honor a mis zapatitos, transcribo:
6/2/03
...Ese día vi el suelo. En el pasto encontré una comunidad de hongos, de color naranja y formas extrañas, bastante retorcidas. A primera vista pensé que era una kaka de perro y me pareció tan peculiar encontrarla ahí que me acerqué a asegurarme, pero eran setas, brillosas setas. ¿Comestibles? No lo sé. Fueron muy amigables.
Después hubo duela, cemento, y la imagen de unas plantas que con aire blasfemo deseaban engañarme. De regreso hubo un pajarito muerto, gordito tirado en el suelo. Muerto y duro, como inflado. Tenía los ojos abiertos (porque sí los pueden cerrar...¿no?) y había caído justo en la esquina. O a lo mejor alguien lo había pateado. O se intentó suicidar.
Y lo logró.
Ya. Porque se acabó la historia – Oh, no, ahora recuerdo, hay una cosa más que agregar, porque hoy me hicieron ver el suelo de nuevo, de cerca, y encontré algo otra vez, que estaba ahí
para mí, como
TODO lo demás: una peseta. Estaba cubierta de tierra pero alcancé a ver su resplandor.
Ya la gasté.
No sería imprudente seguir poniendo atención al suelo, y a lo que me hace que me mueva*. Y ser fina pluma para que me lleve. No quiero serle un pesar. Aunque cuando sopla desde el norte me llega a irritar un poco. Quizá por eso luego me voltea hacia abajo. Quizá me desea recordar que platique con mis zapatos, con mis converse “chucks” all-star recortados, pseudo-azules, rotos y semi-usados. Y ni siquiera son de mi medida. (Pero qué bien me quedan). Cómo los he gastado también, y aún siguen conmigo.
La peseta no; se fue. Podré tener muchas parecidas pero no será ella. O quién sabe, no se me ocurrió hacerle alguna marca -regresarle su cicatriz.
¿Mis zapatos estarán siempre conmigo?** Porque hasta ahorita todo se me ha ido. Cada instante me habla y me logra encontrarlo, pero el resto de la historia pasa igual que con la peseta.
Mas no sé qué otra cosa hacer con ellos (los instantes) sino gastarlos. Ni modo de usarlos para escribir o para lavarme los dientes. Pero sí me puedo comprar una pluma y un cepillo de dientes (probablemente necesitaría encontrarme varias pesetas entonces).
Quizá si ahorro un bonche de instantes podría quedarme con algo, algo de todo lo que se me va. Quizá podría comprarme un momento. Entero. Con la gente, el aliento y el lugar. Y guardármelo. Cuidarlo muy bien porque si se meten a casa de nuevo sería otra vez lo mismo.
O podría comprar muchos y coleccionarlos en un álbum; o mejor aún...en una caja, con lo que me encantan las cajas –esconder mis cosas. Posiblemente sería igual de consumista que hoy pero no me sentiría tan culpable.
¿Y si los chinos comienzan a hacer momentos
patito? Oh no. ¿Y qué? Todo mundo tiene derecho a poseer sus momentos (digo, es un sistema capitalista, ¿o no?) y para eso hay que hacerlos accesibles; y bonitos; digitales sin duda; incluso retornables; reciclables; desechables; biodegradables. Un momento con calidad poseería las Ocho Dimensiones de Garvin. Y hasta podríamos desarrollar una certificación MTO 9000 : 2003 – Momento 9000 (sólo por buscar un número llamativo), versión 2003.
Creo que ya sé qué quiero ser de grande.
*Yo tampoco sé decirte muy bien lo que es, sólo sé ****** ***** * ** **** * ** **** u u.
**Al día miércoles doce de noviembre de dos mil tres, NO, no están más.
Ahora sí,
“no queda nada”.